Variedades contemporáneas

Notre Dame

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Todo en Notre Dame es sorprendente, portentoso y fenomenal. Empezando por sus diez campanas, las que le produjeron ─se dice─ la sordera a Quasimodo, el jorobado más famoso de la historia. Es esa la esencia del gótico, su razón de ser: lo pasmoso y admirable.

Estas sonajas inmensas son diez vozarrones de metal bautizadas dentro de la lógica católica. Emmanuel es la mayor de ellas, le siguen Marie, Gabriel, Anne Geneviève y Denis; luego Marcel, Etienne, Benoît-Joseph, Maurice y Jean-Marie.

La masa de estos sonajeros colosales pesa en total 34. 169 kilogramos ─cálculo del autor con base en datos recogidas de un volante─ y están afinadas en tonos sostenidos mayores que abarcan todos los sonidos de la escala musical. Se necesitan cerca de treinta metros para darle cabida a la suma de los diámetros de estos instrumentos de música cotidiana.

Dos torres son los rostros que muestra a los miles de visitantes. Para subir sus 69 metros de altura hay que seguirle los pasos al Jorobado, ganando el cansancio que producen los 387 escalones que constituyen la ruta de llegada.

Al llegar a la cima se visita el campanario y se queda cerca de las gárgolas, monstruos del bestiario y la fantasía que beben el agua que se desborda del cielo y se toman el asombro de quienes las miran.

El rostro de la catedral se ilumina maravillosamente. En la llamada, por los fotógrafos, hora azul, las luces de la ciudad y de las torres se compensan con la luz natural, tomando tonalidades azules y saturando los colores de la existencia.

El 25 de noviembre de 2016, luego de mirar hacia el cielo observando la columna de Julio, que en sus 47 metros alberga el símbolo de la revolución, me desplazo a Notre Dame, junto a dos de mis hijos, Mario y Alejandro. Debemos llegar a la hora azul y así fue. Estas fotos condensan el color y la luz de aquel momento.

Fotos. Archivo personal.

El tiempo de Notre Dame es, también, sorprendente y extraordinario.  Fue construida entre 1163 y 1245 en la Île de la Cité. La Catedral de Notre Dame de París es una de las catedrales góticas más antiguas del mundo.

Son ocho siglos de historia. Así ha podido ser el epicentro de muchos acontecimientos impregnados de sabor a poder político y religioso. Allí se coronó Napoleón Bonaparte, acto presenciado por Bolívar y su maestro Simón Rodríguez. Juana de Arco, la joven campesina que en la llamada Guerra de los Cien años, cumplió un papel orientador del Ejército francés, en la guerra contra Inglaterra, fue allí canonizada. 

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La arquitectura y el mito religioso le permiten a Notre Dame avanzar los tiempos, beberse los siglos. Son factores decisivos.

Pero el otro factor de inmortalidad de Notre Dame es la Literatura. Es la obra de un genio romántico, Victor Hugo. El libro, una inmensa novela: Nuestra Señora de Paris.

Víctor Hugo inició la composición de esta novela del romanticismo literario en 1830, cuando lucía en su rostro y en su cuerpo los veintiocho años de edad. Había nacido en Besanzon, en 1802. Así es posible comprobarlo en esta nota del autor en la página del título de su manuscrito:

“He escrito las tres o cuatro primeras páginas de Nuestra Señora de París, el 25 de julio de 1830. La revolución de julio me interrumpió. Después vino al mundo mi querida pequeña Adela (¡bendita sea!)” y continúo escribiendo Nuestra Señora de París el primero de septiembre; la obra se terminó el 15 de enero de 1831”.

Dos intenciones mantuvieron en vilo a Victor Hugo. La primera, asumir la defensa del gran monumento gótico, la Catedral, de los “demoledores”, personas que con los aires de revolución pretendían que todo vestigio del pasado debía borrarse. La segunda intención, no cabe duda, consistía en describir el panorama de las clases sociales y la vida parisina del aquel momento, siglo quince.

Ambas cosas las logra en su extraordinaria obra. Pero hay más: eterniza la catedral en la inmensa novela.

Cuando los miles de visitantes llegan con sus miradas de admiración a ese monumento del gótico, siempre estará la presencia de Quasimodo, ese jorobado monstruoso y Esmeralda, esa mujer gitana que refresca la vida, que la hace posible, aunque sea por un instante.

Hoy debemos comprender que la novela de Víctor Hugo es a la catedral, como la catedral es a la novela de Víctor Hugo.

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Resulta, entonces, paradógico hallar en esta novela, que la historia nos ha regalado, el siguiente pasaje y diálogo, ubicado en el libro V, El Abad de San Martín:

¡Pardiez! ¿Qué libros son los vuestros?

-Aquí tenéis uno -dijo el archidiácono. Y abriendo la ventana de la celda, señaló con el dedo la inmensa iglesia de Nuestra Señora, que perfilando contra el cielo estrellado la negra silueta de sus dos torres, de sus costillas de piedra y de su monstruosa grupa, parecía una enorme esfinge de dos cabezas sentada en medio de la ciudad.

El archidiácono contempló silencioso durante unos momentos el gigantesco edificio, y extendiendo con un suspiro su mano derecha en dirección del libro impreso, abierto encima de la mesa, y su mano izquierda hacia Nuestra Señora, y paseando con pena la mirada del libro a la iglesia, dijo:

-¡Ay! Esto matará a aquello.

Coictier, que apresuradamente se había aproximado al libro, no pudo por menos de exclamar:

 -¡Qué pasa! ¿Qué hay de temible en esto: No es nada nuevo; es un libro de Pierre Lombard, el maestro de las sentencias. ¿Es acaso por estar impreso?

 -Vos lo habéis dicho -respondió Claude, que parecía absorto en una profunda meditación y permanecía de pie con el índice doblado y apoyado en el infolio, salido de las famosas prensas de Nuremberg.

Después añadió estas misteriosas palabras:

─ ¡Ay, ay, ay! Las cosas pequeñas acaban con las grandes, un diente triunfa sobre una masa. La rata del Nilo mata al cocodrilo, el pez espada mata a la ballena. ¡El libro matará al edificio!  

No fue así. El pensamiento medioeval, dogmático y cerrado a la divulgación del conocimiento a través de los libros, se equivocó. Hoy, gran parte de la vida de Notre Dame se la debe a los libros.

El reciente incendio no es más que un accidente en la larga vida de estos restos del gótico, arte del medioevo, que nos permite comprenderlo.

Acerca del autor

Lizardo Carvajal Rodríguez

Escritor colombiano, autor de más de veinte títulos en las áreas de metodología de la investigación, teoría tecnológica, historia y clasificación de la ciencia, poética y teoría solidaria y cooperativa.

Docente universitario en la Universidad Libre y en la Universidad Santiago de Cali, por más de treinta años en áreas relacionadas con métodos de investigación, métodos de exposición, clasificación e historia de la ciencia.

Editor académico y científico de obras de autores universitarios, grupos de investigación e instituciones de nivel superior y de autores independientes en Colombia, a través del proyecto Poemia, su casa editorial, Colombia si tiene quien le escriba y promotor de las mesas de redacción como estrategia de producción de textos.

  • Meter mis narices en las páginas de un gran escritor y crítico literario como Lizardo Carvajal es una irreverencia; pero diré,: Este artículo es una muestra de su gran repertorio humanista.

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