Palabra poco usada en la actualidad. ¿La razón? La misma mojigatería que anega y empantana los caminos actuales. Es, casi, un término en desuso.
Creo que debía emplearse mucho más. El alto desarrollo, frecuencia, asiduidad, repetición, menudeo y costumbre de este arte en nuestra sociedad, así lo amerita.
El arte del mojigato, o sea, la mojigatería debería estar con más frecuencia en la observación de la vida social y política de nuestros contemporáneos. Es arte felino, en una sociedad rapaz y oportunista.
De mojo y gato
Así como zape, es voz que la heredamos de los árabes, como interjección para ahuyentar a los gatos, mojo, según la RAE, es la utilizada para llamarlos. Diciéndoles ¡mojo!, ¡mojo!, ¡mojo!, este felis silvestris catus, también llamado minino, michino o michi; miz, morroño o morrongo responde a quien lo llama, con su mirada interrogante, displicente y curiosa.
Así que mojigato, proviene de los términos mojo y gato.
El mojo de mojigato nada tiene que ver con las salsas. No proviene de las guisas que en las islas Canarias o en Cuba arreglan las comidas o manducatorias, utilizando las naranjas agrias, el ajo, la sal y los aceites.
Ningún otro mojo se le asemeja. Ni siquiera el mojito que cosquillea y roza la garganta de los turistas de La Bodeguita del Medio, en la Habana bohémica de Ernest Hemingway.
Acepción gatuna
La acepción contemporánea indica que mojigato es una persona que muestra o aparenta exagerados escrúpulos morales, éticos o religiosos. Es quien simula, finge y se disfraza de humildad o cobardía para el logro de sus propósitos. Como adjetivo, mojigato, es utilizado de manera despectiva.
En la vieja y mojigata Roma, felis era el término que denominaba la variedad doméstica de este
silencioso cazador de la oscuridad y del acecho. Catus designaba la variedad salvaje. Hoy, la paradoja histórica
indica lo contrario. Gato es animal doméstico por excelencia.
Las leyendas gatunas y la mojigatería
Las leyendas y mitos, desde la cultura anglosajona, hasta la actual globalizada, habla de las siete vidas del gato, llegando hasta nueve. Esto porque el gato tiene la habilidad de caer sobre sus propias patas.
La mojigatería, así, adopta y adapta sus propios resortes, sobrevive en todos los mundos posibles. Se renueva y se adapta. Ella, la mojigatería, proveniente de la Antigüedad, se asimila al medioevo religioso y campea en la modernidad burguesa, que hasta la actualidad complicita y utiliza este arte milenario del oportunismo social.
Por los albores del denominado Siglo de Oro era frecuente la expresión “Aquí hay gato encerrado”. En aquel entonces se fabricaban bolsas de piel de gato y allí se guardaban monedas y joyas. Era fácil deducir que allí había gato encerrado.
Así la mojigatería siempre guardará una estrecha relación con la posibilidad de quitar y despojar para recoger algo valioso de la sociedad. La mojigatería no es desinteresada, todo lo contrario busca el lucro pancista y utilitarista del abusador social.
¿Cuántas patas tiene el gato?
Algunas culturas afirman que tiene cinco. Aquí incluyen la cola. Tomarlo por la cola es cogerlo de la quinta pata.
La cola de la mojigatería contemporánea un rabo descomunal. Deja huella en todas las actividades sociales, en la familia, en el grupo de amigos, en los grupos religiosos, por excelencia y, a veces, nos asusta e intimida.
No es fácil descubrir la mojigatería. Eso se debe a que “de noche todos los gatos son pardos”. Su capacidad para hacerse aleonados, terrosos y grisáceos es infinita.
La mojigata o el mojigato tienen una gran capacidad para el mimetismo social. Su presencia es “paisaje”, está en la composición del escenario social.
“Dar gato por liebre” es algo a lo que nos han acostumbrado los comerciantes antiéticos y, claro, los políticos llenos de mañas y de “micos”. Sigue siendo el arte de la mojigatería y del oportunismo, una rutina, una costumbre política en esta contemporaneidad llena de pasado pernicioso.
La mojigatería puede ser localizada e identificada. ¿Cómo?
Pues “poniéndole el cascabel al gato”.
El arte de la mojigatería se puede, así, identificar, revelar, darle señas para que no pase desapercibido. Así lo pensó el gran Félix María Samaniego cuando mostró en su bella fábula una de las posibilidades de debilitar, identificando la mojigatería.
¿Cómo?
Pues poniéndole el cascabel al gato, haciendo que no pase silencioso, sino campanilleando sus intenciones, como lo pensaron los ratoncitos de la fábula de Samaniego, el gran admirador de Voltaire.
Así todos nos preparamos frente al asalto de esta práctica proveniente del despotismo y de las dictaduras. De las intolerancias de familia y de las autocracias y tiranías de los Estados de nuestro tiempo.
Félix María Samaniego venía siguiendo el rastro a este arte decadente que aún le quedan algunas vidas infames.