Vamos a clases

El alumno como persona en la educación

Es posible que saboreando el recreo o al finalizar una de nuestras clases, o al aprestarnos para pulir nuestras notas del día, la voz en Si bemol menor de un jovenzuelo travieso nos dispare esta pregunta:

¿Maestro o maestra, usted que es tan sabio o tan sabia, me podría decir cúal fue el primer libro? ¿Quién lo escribió? ¿Qué título exhibía en su tapa de tiempos idos?

Ante tal pregunta podríamos quedarnos mudos, colocar la sorpresa en nuestro rostro o caminar vacilantes de respuesta en respuesta. Repetir para nuestros adentros ¿Cúal fue el primer libro?

Entonces, como precipitando el recuerdo, el escritor ruso M. Ilin viene a mi memoria. Él también, en su Historia del Libro, se formuló esta pregunta. A ella respondió con la siguiente historia que la cuento a mi manera, parafraseándola y degustándola como un delicioso manjar del pensamiento:

Dice, M. Ilin, que un hombre quiso saber cual era el primer libro. Decidido a averiguarlo transitó caminos y tiempos, leyendas y mitos, cuentos e historias.

Navegó por olas y ciudades, se atascó en peñas y desiertos. Todo por saber cúal era el primer libro.

Fue tanto el tiempo que este hombre transitó en busca del primer libro que, con toda certeza, las nubes se le cayeron a la cabeza y los caminos se aposentaron en su rostro. El polvo de la tierra se le trepó a sus botas y cada uno de sus huesos pudo tomar la rigidez de la piedra vieja.

Este hombre transitó toda su vida en busca del primer libro y no lo podía hallar, hasta que un día creyó haberlo encontrado.

¡Al fin! Pensó.

Efectivamente, parecía que el Primer Libro se encontraba en la parte más alta de una biblioteca vieja, allá donde solo es posible subir en una escalera larga como camino hacia el cielo.

El anciano así lo hizo. Poco a poco y con la ansiedad de sus ilusiones fue subiendo la escalera para tomar el primer libro escrito por el hombre.

Pero al llegar, bien arriba, al estar muy cerca de lo que él creía era el primer libro, resbaló, cayó y murió.

Concluye M. Ilin, que este hombre hubiera podido caminar muchos otros caminos. Ser andariego de muchas otras andadas y cazador de muchas otras pesquisas y que nunca hubiese podido encontrar el primer libro.

¿Y saben por qué?

Porque el Primer Libro es el Hombre.

Porque es la tradición de la memoria la que guarda todo lo que el hombre le ha aprendido a la Naturaleza, le ha robado al Cosmos, le ha sacado al Tiempo.

De ahí que todo maestro tenga en su salón de clase una biblioteca viva, andante. Una biblioteca que camina, que corre juguetona hacia todos los puntos cardinales. Una biblioteca con todos los títulos posibles. Por ejemplo, Esperanza de Llanos apacible, Irene Paz de la escuela, Manual de música Para Elisa; Jorge: una historia feliz o Fernando Campo abierto.

¿Cómo abrir la biblioteca de nuestros discípulos? Es tarea diaria del buen maestro.

Cargando con nosotros todo el mapa de los interrogantes, como recomienda Nicolás Buenaventura, el maestro sabio de Colombia, el mapa de las preguntas frescas y sonoras, el del interés por saber con quién transitamos los caminos del conocimiento.

No olvidando nunca que cada salón de clases es una biblioteca viva.

Escritor ruso, M. Ilin fue el seudónimo utilizado por Ilya Marshak para firmar parte de su obra literaria. De entre su obra, normalmente divulgativa, habría que destacar Cómo el hombre llegó a ser gigante, escrito junto a su mujer, Elena Segal.

Acerca del autor

Lizardo Carvajal Rodríguez

Escritor colombiano, autor de más de veinte títulos en las áreas de metodología de la investigación, teoría tecnológica, historia y clasificación de la ciencia, poética y teoría solidaria y cooperativa.

Docente universitario en la Universidad Libre y en la Universidad Santiago de Cali, por más de treinta años en áreas relacionadas con métodos de investigación, métodos de exposición, clasificación e historia de la ciencia.

Editor académico y científico de obras de autores universitarios, grupos de investigación e instituciones de nivel superior y de autores independientes en Colombia, a través del proyecto Poemia, su casa editorial, Colombia si tiene quien le escriba y promotor de las mesas de redacción como estrategia de producción de textos.

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